jueves, 24 de enero de 2013

Calvin & Hobbes' Not Dead

Mis veranos son calvinistas, debo reconocerlo. Especialmente en enero que, para escapar del incendiario asfalto carbónico, me dedico a recorrer las desventuras del infante y su tigre en el planeta Bill Watterson. No sé por qué será, pero me pega así, sin planearlo, como si fuese una estación predeterminada, siempre en la misma época acampo junto a las viñetas cuadriculadas por el pincel virtuoso. ¿Tendré un reloj biológico sintonizado con Calvin & Hobbes? Recientemente me llegó la edición completa de las historietas de C&H, cuatro tomos ordenados cronológicamente, aunque para leerlas no hay orden que valga y el tiempo que retratan es una muy específica detención de la duración: las agujas de Watterson se clavan donde la niñez todavía no está domesticada del todo y la experiencia gira alrededor de la exploración libertaria del mundo de la mala educación. Será por eso que me refugio en esas páginas atemporales durante enero: es el mes donde el tiempo más se siente en Buenos Aires (porque la ciudad se queda quieta y las horas pasan a fuego lento). Ahora estoy más objetivamente protegido, porque como la discografía completa de Ramones (quienes también lograron detener el tiempo a lo largo de su obra), esos cuatro libros son la garantía palpable de que se puede pulverizar el aburrimiento. Y porque son un arma segura de destrucción de todo lo pesado de este mundo, tengo los tomos bien escoltados, custodiados por Johnny Ramone de un lado y por Batman pirata del otro. No creo que nadie se atreva a meter mano ahí.

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