lunes, 15 de agosto de 2011

Electro-Cardio-Drama Pop!


Copio la introducción de la nota de Erasure publicada en el Soy de esta semana. También tienen por acá un video con comentario que publiqué hace un tiempo. Ah, Erasure toca hoy y mañana en Buenos Aires, busquen en la web las coordenadas, es en el Luna Park, y es una buena manera de festejar, en la pista de baile, esa igualdad que supimos ganar. Y como siempre daremos, un grito de corazón: viva el synth-pop, viva el synth-pop.

Parece ser una contradicción mayor, incluso un atrevimiento infructuoso, intentar buscar la identidad que se construye en la pista de baile, en ese remolino donde se diluyen, licuan, confunden todas las particularidades entre luces y sombras y parlantes como totem de un ritual en movimiento. Pista de despegue, entonces, hacia galaxias donde hace gala la despersonalización, criadero de temblores donde cada cuerpo se acerca, como un juguete a cuerda, al vértigo de una cornisa al vacío para caer vaciado, si es que tiene la suerte de encontrar el camino entre el ritmo del tecnoshow. Y esto tiene que ver con que ahí, en ese ojo ciego de la tormenta de estímulos sonoros y lumínicos sobre la masa homogeneizada, hay algo que se pierde y otro tanto se gana, en un hechizo que fue expresado por el crítico musical Simon Reynolds: “La disolución mágica de los orígenes, la clase, la raza y las diferencias sexuales es la esencia de la pista de baile”. Magia, entonces, que comenzando en la era disco se puso en fuga en los ’90 con el fenómeno de las raves, de la versión más demente y electrónica de la pista de baile. “La música rave no elimina tanto el ‘alma’ sino que más bien la dispersa a lo largo de todo el campo sonoro. Es música en la que todo es superficie erógena y sin profundidad: ‘piel’ sin ‘corazón’”, sigue Reynolds en su libro Después del rock. El Eros a flor de piel, que no late, sino que es superficie porosa, permeable (¿qué otro órgano tiene la piel que sus poros?). Vista así, la cultura dance contemporánea parece reducirnos sólo a la mínima expresión celular, somos seres simplificados, alertas igual al erotismo de la vibración colectiva, pero descorazonados. Estamos vacíos pero algo suena dentro, porque se filtran los impulsos ambientales y rebotan en nuestro interior. Así, cada persona, en la pista tecno, es una maraca, cuerpos convertidos en cotillón de un carnaval carioca electrocutado. Maraca yo, maraca tú: la pista es la fiesta de todxs. Y en ese carnaval de los cuerpos desalmados, la corbata es vincha de indio porque aparece la pluma, o sea, lo gay como código indumentario que cruza lo masculino y femenino como etiqueta permitida, donde los géneros se mezclan en la bailanta lo que dura una canción, un bloque, una noche o dos. En el sistema solar que gira alrededor de la bola de espejos somos satélites maricas, porque luces y sonidos construyen un cosmos que niega su sentido etimológico de orden, para derivar en otra palabra familiar, cosmético, porque las identidades bailables tienen toda la fragilidad, la seducción y la trampa de un maquillaje que se retoca, se corre, se borra. Tal vez en busca de la esencia de la pista de baile, ese borramiento de las identidades, Vince Clarke y Andy Bell decidieron bautizar a su dúo de synth-pop, Erasure, que significa borrón. Pero no se conformaron con producir música para sacudir las maracas, sino que se propusieron dibujar insistentemente un corazón de rouge con cada una de sus canciones, porque sabían, y ese era el objetivo secreto, que se iba a borrar con el primer beso. Porque igual en el erotismo dance del maquillaje, nadie puede quitarles, quitarnos, lo bailado.

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