jueves, 30 de diciembre de 2010

¡Arde, puto de cartón!


Termina 2010 bien arriba, o abajo de todo, en el mismísimo infierno: me convertí en un réprobo pajero de historieta (porque réprobo pajero en la vida real ya soy). O, mejor dicho, me convirtió Gustavo Sala a través de su Bife Angosto que sale todos los jueves en el suplemento NO. Vayamos a los bifes: ahora tuve una nueva salida del closet como puto de cartoon. Y eso me pone chocho porque me hace honor. Como podrán leer arriba (amplíen con un clic), mi versión funny animal es impecable, casi documental: tengo tetas, barba, me babeo con el cine mainstream, soy polideseante compulsivo, hiperpajero, cuando eyaculo me salta el pop-corn (ver viñeta tres), me prendo fuego en público inescrupulosamente y llego al averno con la japi y el culo quemados (que es como hay que llegar, porque si no te asás en vida, cuándo). Y abajo, en el sótano incendiado, me recibe el colorado cornudo, con físico de gimnasio, que es de los míos. Y, como ya se lo dije a la muchachada de Facebook, si tengo que ir al infierno por ser un puto pajero, me lo banco sin aire acondicionado.
A Sala lo conocí hace varios años, le hice una entrevista en uno de nuestros frecuentes encuentros marplatenses, que fue publicada en El Amante (creo que salió en marzo de 2009).
Cada tanto, su tira Bife angosto se compila en unos libros que edita De la Flor; el cada tanto del tomo dos llegó ahora, así que pueden degustarlo durante el verano. Pero su talento es bastante inagotable, no se limita al dibujo en tira, porque también canta en una banda casi fantasma que se llama Los dentistas tristes, hace espectáculos de humor, radio e, incluso, tiene tiempo de definir los gustos extravagantes de la heladería Italia de Mar del Plata, como lo hace en el flamante Libro de Oro del helado argentino de Javier Porta Fouz y Natalí Schejtman. Sala para todos los gustos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

El jefe de los malos


Resultó ser que en el balance del año quedó entre mi Top Ten la película Halloween II de Rob Zombie. La crítica breve que publiqué en su momento incluía la letra de una canción, en ese momento inédita, de 107 faunos, ahora incluida en el disco Creo que te amo, que salió segundo entre los mejores discos del año del suplemento NO, pero en mi lista personal está primero. Abajo, entonces, les copio la crítica, originalmente publicada en El Amante, ahora en versión levemente extendida.

Pabellón psiquiátrico
Ni regodeo gore, ni torture porn ni nada que interfiera o condimente alla moda el horror, en Halloween II hay violencia directa al infierno, esa que asusta a repetición. Esta nueva masacre de Michael Meyer, el enmascarado de las Noches de brujas, tiene una veta slasher brutal hasta lo insoportable; incluso, en varios momentos la película es dolor puro. Cine bien heavy. Golpe a golpe, se hace camino al andar desquiciado, y Rob Zombie sabe que ese trazo grueso merece un grano del mismo calibre: la película está filmada en 16mm, con la emulsión física reaccionando a esa poca luz que queda entre tanta oscuridad. Por eso, la sangre no es roja, es oscura como la brea, lo que crea casi un nuevo subgénero: el gore dark. Pero esta negrura que recorre Meyer se interrumpe por su propio territorio-teatro onírico: imágenes níveas de él mismo y de su madre a caballo como zombies blancos. En un mundo oscuro, lo único que logra iluminar es la mente sucia: la mirada privilegia la inversión deformante, punto de vista perfecto para narrar con la malicia puesta (esa identificación con el monstruo, además, queda claro cuando Meyer se saca su icónica careta: lo que se logra ver de su cara entre sombras es igual a Rob Zombie). A primera vista se puede pensar que es una película psicológica, pero no: es terror psiquiátrico, y tal vez inaugure otro nuevo subgénero (es que Zombie hace películas sub, por debajo de lo que la conciencia estándar percibe como cine). Y sí, finalmente la psicosis (vía cita explícita a Hitchcock) se interna en Halloween II para confundirlo todo en un mismo brote de esquizo-cinefilia, para ser slasher y fantástica indistintamente, para ir en vaivén entre lo masculino y lo femenino (miren la androginia de la protagonista al final y la cita transexual de Rocky Horror Picture Show), para ser el gesto más descentrado de un loco peligroso: en la mente psicótica no hay anclaje posible, hay deriva impura y dura.
De los cinco largos para cine que dirigió Zombie, dos fueron segundas partes de películas propias. Halloween II además es remake, se puede decir que es segunda al cuadrado. Y como se dice, y se repite como frase hecha dogma: las segundas partes nunca fueron buenas. Y Zombie es un especialista en hacer las cosas mal, ese es su metier y ahí se mete sin asco. Un cirujano que sabe que la mala praxis es más incorrectamente aterradora y divertida. Así sea.
La canción que más tarareo por estos días, de esas que se instalan como un insecto zumbón en el cerebro, es una inédita de los 107 faunos, se llama “El jefe de los malos” y esto es todo lo que dice: “Ser el mejor en lo peor toda una misión cumplida. Una obra gigante.” Un himno perfecto para Meyer/Zombie.

martes, 7 de diciembre de 2010

Top Waters 2010


"Todavía voy a ver películas a los cines el viernes de estreno y leo las críticas esa noche. Nunca miro películas en DVD, y nunca miro televisión. Todavía soy de la vieja escuela; me gusta el cine de arte, me gustan las películas extranjeras, me gustan las rarezas. Quiero decir, la única revista que me pide que escriba mis 10 mejores películas cada año es Artforum. Y lo escribo para el mismo público que creo que le gustarían las películas que más me gustan. Este año me gustó Enterrado y Jackass. Creo que Jackass es la única película en el espíritu de mi Pink Flamingos y mis primeras películas; creo que Johnny Knoxville está haciendo sus películas en el mismo espíritu que las haciamos cuando éramos niños ". Parte de la entrevista a John Waters publicada por Rober Ebert en su sitio. Era esperable, el Príncipe del Vómito nunca me falla con su mal gusto.
Más John Waters y Pink Flamingos por acá.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Rock and Roll Radio Taxi


Hoy me tocó el primer tachero ramonero de mi vida. Tal vez no haya otro. En realidad me decía que era un ex ramonero, que lo del punk había sido, que fue un berretín adolescente y que ya estaba grande (el tipo andaba por los 50). Nombró a Dead Kennedys, a Sex Pistols, a PIL, pero lo que más le gustó siempre fue Ramones. Fue, dijo. Traté de convencerlo de que volviese, o más bien de que no se puede abandonar al punk fácilmente, que no hay que creer que porque las canciones son relámpagos, vibraciones de aires comprimidos, se eliminan con la primera orina de la mañana sin dejar residuo. Todo lo contrario: no hay efecto residual más denso, que echa raíces profundas en la flora intestinal, que el que se produce entre los que se fumaron la basura punk y les gustó tragar el humo. Le decía esto con palabras más secas, directas, que ahora reescribo en mi resaca para inducir el vómito de otra carta de amor desesperada, cursi, intentando adornar renglones con mi netbook para explicar otra vez el placer visceral de mi romance con Ramones. Pero mis palabras originales trataban sólo de apretar al tachero para que soltara prenda, para que me cuente de su vicio ramonero. Y me habló de un vinilo que tenía en la casa de su madre, que escuchaba cuando era chico. Pura ternura. Me miraba por el retrovisor, el brillo de los ojos cuando recordaba parecía un flash a punto de dispararse. Como le había aclarado que era fanático de Ramones, me preguntó de todo sobre la banda, como si estuviese preguntando sobre un amigo en común que él no veía hace mil y que yo todavía frecuentaba. No sabía que habían venido a Argentina ni que se habían muerto tres; pero sabía las canciones, las había escuchado millones de veces, se notaba de lejos que él también tenía el corazón envenenado por el 1,2,3,4 y las melodías masticables en cohetes directo al infierno. Me despidió con una promesa conmovedora: que iba a buscar el disco, que iba a meter púa de nuevo. Me bajé en la puerta de Niceto, iba a ver a Go-Neko! y a El mató a un policía motorizado. El punk es un viaje de ida.