miércoles, 4 de noviembre de 2009

Porches y ventanas


Hay una constante horrible en cierto cine indie estadounidense, que casi es conveniente decir que es seudoindie, y que se puede identificar como relacionado históricamente con el Festival de Sundance (aunque en algunos casos ya se expandió a vertientes autorales de la producción industrial). Me estoy refiriendo a la tendencia de las películas post Sexo, mentiras y video, narraciones dramáticas hasta el agotamiento y casi la tortura, que se caracterizan por estar construidas, o precipitadas narrativamente, hacia escenas de porche donde los personajes ponen cara de "la pasamos remal pero ahora aprendimos a vivir"; escenas que se pueden reemplazar por las de personajes mirando por la ventana con la vista fija en el horizonte lejano que dicen parlamentos importantes, o no dicen nada pero el plano da a entender que igual aprendieron la lección de la vida. Ojo, que el porche y la ventana son la frontera entre lo interior y lo exterior, lo privado y lo público,y eso ya pasa por serio, por reflexión. Por eso, en estas escenificaciones calcadas los personajes pretenden mirar afuera, al futuro, al "mundo" para, poseídos por el espíritu de Hugo Soto (QEPD), terminar, gracias al porchismo aleccionador, por autoproclamarse humanamente profundos, sabios predicadores y creyentes del futuro. (Aclaro que cada vez que escribo la palabra "porche" me parece que un venezolano o mexicano me está traduciendo el texto, pero no encuentro un sinónimo menos alambicado, la palabra "pórtico" es igual de aparatosa y creo que arquitectónicamente más inexacta). Y el contraplano de las miradas de esos pesonajes, el paisaje al que miran, generalmente no aparece, porque el director no se banca, o no puede mostrar, la imagen y su valor, porque su lógica tiende a un discurso no tan abstracto como vago, demagógico, cobarde y anticinematográfico: las palabras morales no se pueden perder en el abismo, en la fuga del espacio, hay que privilegiar el peso de lo verbal a lo visual, toda distracción obstruye el mensaje. Estas escenas, conclusivas en todo sentido, son la parte confesional de la película, es como obligar al personaje a ir al banquillo del acusado, someterlo a un juicio violento frente al mundo y sacarle una declaración forzada. ¿Fue Foucault el que planteaba la trampa de la confesión como forma de administración de justicia, como cierre embustero del relato del juicio? ¿O fue Agatha Christie? ¿O fueron ambxs? Perdón por el desliz "culto" y por la desmemoria. Pero lo que quiero que quede claro es que en estos casos el personaje, en lugar de ser un testigo de cargo, se convierte en un testigo cargado (de solemnidad, de clisés, de moralina chamuscada). Y ejemplos de esta tendencia son A los trece, Río místico (y la última de Clint Eastwood, que también tiene mucho del porchismo mesajero), Monster's Ball, 21 gramos, The Woodsman, entre las más conocidas. Y ahora se agrega, porque la vi recientemente, Shotgun Stories, otro ejemplo de la peste de la tendencia falsaria del cine indie, que combina la escena de la lucidez brusca de la mirada al infinito por la ventana con la moraleja de porche de la manera más mecánica y seca que se puede hacer, para asegurarse la legitimidad y la celebridad en ciertos circuitos de cine arte y festivales de cine.

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