jueves, 25 de junio de 2009

Rocky hasta que salga el sol


Hoy, en el club de amigos del mal, se puede ir a corear al ritmo del ruido transgresivo de las canciones de The Rocky Horror Picture Show, que ya tiene su propio club de amigos maléficos en Argentina. La cita es a medianoche en el malba, como corresponde a la mejor tradición de la cinefilia vampírica. Copio la primera parte de una nota publicada hace un tiempo en el Soy:

Unos labios sin rostro e inflamados de rouge cantan cruzando la pantalla del cine, y resultan monstruosos no sólo por sus dimensiones sino por la ambigüedad que encarnan: el maquillaje no disimula la androginia de los labios sino que la subraya tanto como el degenerado timbre de su voz. La canción que entonan se llama “Ciencia Ficción/Doble Función” y la letra rememora los programas de dos películas, una de terror y otra de ciencia ficción, típicos de los autocines de los ’50, donde se mezclaban los géneros cinematográficos. Pero esa evocación cinéfila, esa mirada al pasado, no tiene nada de nostálgico, más bien propone un sentido nuevo al mirar las películas como fetiches eróticos aberrantes: los versos celebran la ropa interior plateada de Flash Gordon, la candidez camp de divas clase B como Anne Francis, Janette Scott y Dana Andrews, y el trágico amour fou de Fay Wray y King Kong. Esos labios y esa canción son el punto de partida de The Rocky Horror Picture Show, una ópera rock que partió al medio la década del ’70, no sólo por llevar a su máximo esplendor una relectura queer de la historia del cine sino también por crear un espacio para el trans rock.

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